Desde mucho tiempo atrás, se veía a un joven deambular por las calles de su ciudad, con sus pelos largos al viento, con una valija color caqui de cuero, que nunca fue nueva, conteniendo en su interior libros, libros que con el correr de los años pasarían a formar parte de su messe à la scène en las derruidas aulas de una facultad de la misma ciudad.
Militante de aquellos años… se quedaba perplejo viendo pendular de una taza un saquito de té en momentos álgidos de su paso por las aulas universitarias, apesadumbrado por la situación que vivía el portador de la misma.
Solía parar en un bar de San Telmo de los alrededores del Lezama. Horas pensando su mala suerte de no haber podido nunca escuchar el silbato en una fábrica por tener que concurrir a mesas redondas a exponer sus metafóricos relatos sobre personajes de su país latinoamericano. Y siempre alguien lo sacaba de sus pensamientos con un Adiooosss negro!!!
Años recorriendo aulas con su valija cargada de libros, su aspecto desprolijo, su pelo, ya cano, sobre la cara, lo cual le permitía hacer un gesto de molestia que seducía a más de un@, siempre en el regodeo de la queja por lo no hecho. Halagado por las multitudes de hombres carbono, se jugó y accedió al pedido de la mujer que creía dirigir el destino de grandeza de su país: ordenar un enorme espacio plagado de libros. Llegó a portar un traje bien lucido para posar en el periódico junto a su benefactora el día que su valija cargada de libros antiguos logró transformarse en el monumento a su narcisismo. Obviamente todo este relato es una gran metáfora pero, catilinaria al fin.